En el espacio no hay peso...

Sintió el frío en su garganta. Como nunca, se encontraba solo. Escuchó el silencio y eso le bastó para darse cuenta. Apretó fuerte las manos y sonrió, mientras por dentro maldecía el poco oxígeno que le quedaba. En definitiva, el oxígeno era responsable de su partida. En realidad no maldecía al oxígeno, sino a la falta de él. Como si a alguien le importara. Era su última hora flotando en la inmensidad del espacio y aún así, por primera vez, no tenía miedo.

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Solo quedaba una cosa por hacer y poco tiempo. Otra vez el tiempo ladron, robando con cada segundo, un gramo de vida. ¿Por qué gramos?, pensó. Si tuviera que elegir la unidad de medida perfecta para medir vida, ¿Cuál sería?. Estaba seguro, el gramo. Dicen que los años pesan. El tiempo vivido pesa, tienen razón.

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Ahora todo tenía sentido, faltaba solo una hora para despojarse de toda existencia, pero no... no tenía miedo. No podía dejar de cuestionarse por qué ya no temía. Y entonces lo supo, era el peso, los gramos, los kilos. En el vacío las cosas no pesan, la materia flota y va a flotar indefinidamente. Era eso, el sentido de la vida y el porqué de su finitud. La vida es vida porque pesa, sentenció para sí mismo.

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El espacio y la vida son incompatibles. Ya lo sabía, pero ahora no solo lo sabía sino que lo estaba sintiendo. Daría lo que fuera por un poco de gravedad, por pesar, por vivir. Pero no, ya había desperdiciado 3 minutos de oxígeno filosofando sobre el sentido de la vida y aún quedaba una cosa por hacer y poco tiempo.

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Seguía flotando en la inmensidad del espacio, seguía solo, pero a lo lejos divisaba los restos de la Orion 21, la primera nave que iba a llegar tripulada a Marte. Sabía, o más bien, quería creer que los sistemas de comunicación con la tierra estaban intactos a pesar de la implosión que lo estaba sentenciando a una eternidad de ya no pesar.

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Entonces se estiró con todas sus fuerzas. Era fácil pero no estaba completamente seguro de la efectividad de sus movimientos. Se estiró y sostuvo la respiración, quería ahorrarse algunos segundos. Estaba decidido, como si cada célula de su cuerpo se estirara al mismo tiempo. Y se estiró.

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No necesitaba mucho, quizá 5 metros, quizá 100, dificil darse cuenta entre tanta inmensidad, pero lo estaba logrando. El medidor de O2 indicaba 7 minutos, 6:59, 6:58, pero él solo necesitaba unos segundos. Logró entrar en rango de señal con la computadora principal y se sintió vivo, se sintió pesado. Sintió una carga muy grande, una responsabilidad que pesaba. Le quedaban pocos minutos y un último mensaje.

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No tenía certezas, no sabía si sus palabras iban a llegar a la tierra. Quizás queden flotando por siempre en la inmensidad, quizás una nave de rescate finalmente las encuentre, pero de cualquier forma, tenía que decirlo, ser resumido, preciso. Entonces ya sabía el sentido de la vida y su incompatibilidad con la etérea inmensidad en la que se encontraba. Y lo hizo, lo soltó en el momento justo y, mientras se consumía el ultimo segundo de oxígeno, toda su humanidad se consumió con él y esas dos palabras.
—No vengan.

fin
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