La Valiente
Ella, la valiente, abrió los ojos y entonces vió. El techo se movía y pronto supo que en realidad era ella que se movía por dentro. Por fuera, la penumbra y la quietud. Entonces sintió que su piel era una frontera que incomodaba. Una frontera que, como toda frontera, marginaba. Su costado más rebelde (el izquierdo) deseó escapar, romper esa frontera y la rompió. Solo tuvo tiempo de inclinarse y con un espasmo que empezó en el pecho y recorrió todo su cuerpo, abrió la boca y sin aduanas ni peajes, lo expulsó.
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Recostada de lado sobre esa cama, observó en el piso toda su rebeldía derramada. Sabía que eso era el contenido de su estómago, pero se veía más como el contenido de su cabeza. Una masa confusa, jugosa y oscura. El cuerpo le dolía pero pudo reincorporarse y fué cuando se encontró completamente desnuda. El terror la paralizó, cerró los ojos y no volvió a moverse por algunos segundos. De su lado de la frontera fueron años.
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Ella, la valiente, abrió los ojos y entonces vió. El alba se filtraba por la persiana americana. Nunca se había sentido tan vulnerable. Tenía que moverse y ya lo había imaginado pero no podía. Repasó la secuencia en su cabeza más de cien veces, pero no podía llevarla a cabo. Entonces respiro hondo y pudo. En una fracción de segundo ya se encontraba sentada, con sus brazos abrazaba sus piernas y las apretaba contra su pecho. Se tocó y se reconoció, era ella. Seguía desnuda pero entera y cada parte de su cuerpo le pertenecía, eso ya era algo.
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Las náuseas volvieron pero esta vez no pudo con la frontera. Ahora sabía mucho y la frontera crecía. Ella intentaba organizar sus ideas y deducir que había sido, el cuerpo le dolía y la frontera crecía. Era un límite difícil de cruzar, incluso para ella, la valiente. Necesitaba escapar una vez más y como sea, entonces cerró los ojos y escapó.
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Ella, la valiente, abrió los ojos y entonces vió. En su ausencia el sol había teñido la habitación de un naranja insoportable. Las piernas entumecidas le pedían un cambio de posición urgente. Era demasiado, pero tenía que empezar de alguna forma, y empezó. Empezó con los dedos de las manos, pudo sentir como la sangre le recorría cada centímetro a medida que aflojaba la tensión. Bajó los brazos, estiró las piernas y se quedó ahí, desnuda y quieta. Seguía sin poder recordar quién había sido, pero sabía quien era ahora, era la valiente.
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Decidió permanecer desnuda. Era, a su entender, un acto de rebeldía claro. La frontera de su piel, ya no la vulneraba, ya no era frontera. Supo entonces que siempre debió haber sido de esa forma. Ahora ella elegía, Era poseedora de su cuerpo, jefa de sus fuerzas, cacique de su sexo. Era dueña de sí misma. El cuerpo le dolía, cerró los ojos y contó. 1, 2, 3, 4, 5.
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Ella, la valiente, abrió los ojos y entonces vió. Seguía quieta, acostada y desnuda, pero ahora un fuego la poseía. Sabía que nada iba a ser lo mismo después de ese día, después de esa noche. No sabía porqué, pero estaba decidida. La única forma de sobrevivir era escapar, siempre lo supo. Pero ya había escapado, había encontrado su propio medio de escape y era suyo.
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La habitación entera estaba quieta. La cama quieta y ella quieta, tan quieta como el cuerpo que yacía a su lado. El hombre estaba frío, junto a ella que recién ahora se atrevía a mirarlo. Quiso recordar y recordó, este era su escape. Nadie la había escuchado, pero este era su escape al fin. En esa quietud sobre esa cama, era difícil diferenciar la vida de la muerte. La valiente movió la lengua dentro de su boca, sintió el ácido y eso fue suficiente para marcar la diferencia. Estaba viva y entonces sonrió.
fin